El Tocuyo devastado: 71 años del terremoto del 3 de agosto de 1950

 

El día 3 de agosto de 1950, a las 17:50 horas, un terremoto cuya magnitud se ha estimado entre 6,3 (Choy et al., 1998) y 6,9 (Fiedler, 1961) arrasó con buena parte de la ciudad de El Tocuyo, ocasionó severos daños en varias poblaciones de los estados Lara y Portuguesa, afectando alrededor de 55 poblaciones en el centro y occidente del país. Este sismo no sólo fue el evento más destructor ocurrido en el occidente venezolano durante el siglo XX, sino también, el desastre sísmico más significativo padecido por El Tocuyo. 

Fundada en las inmediaciones del sistema de fallas de Boconó, El Tocuyo sufrió los rigores de una sismicidad moderada así como los efectos de cuatro terremotos -1674, 1812, 1970 y 1894-, que si bien ocasionaron daños de consideración en la ciudad, no la arrasaron hasta el punto que se hiciese necesaria una reconstrucción total, como sí lo hizo el terremoto del 3 de agosto de 1950. Los efectos de este último, fueron tan devastadores que las tramas urbanas y el tejido social de El Tocuyo resultaron irremisiblemente alterados. La vieja ciudad que, hasta ese momento, era una de las poblaciones venezolanas más antiguas que mejor conservaba los rasgos coloniales de su estructura urbana y arquitectónica, quedó irreconocible. 

El terremoto ocasionó el colapso inmediato de 250 casas y deterioró severamente otras 700 viviendas, muchas de las cuales se desplomaron en los días siguientes a consecuencia de las réplicas. Hospitales, escuelas y oficinas públicas se arruinaron. La destrucción de la mayoría de las haciendas de cañamelar y de los ingenios y trapiches de papelón ubicados en las cercanías de El Tocuyo, provocó la paralización momentánea de la industria azucarera de la región. Las comunicaciones sufrieron pocas interrupciones, pues, aunque fueron muchas las oficinas del Telégrafo Nacional arruinadas por toda la región,  estas se ubicaron en otros lugares, inclusive al aire libre; el servicio telefónico se restableció rápidamente.

 


Los hermosos templos, orgullo de la ciudad, quedaron arruinados. De estos antiguos edificios, Santo Domingo, San Francisco y su convento anexo, La Concepción y la sencilla iglesia de Santa Ana databan del siglo XVIII y habían resistido al menos tres sismos y otros males, antes de ser allanados por la ruina de 1950. Sólo el templo de La Concepción sería reconstruido respetando sus antiguas formas. San Francisco y Santa Ana desaparecieron para siempre, en tanto que las ruinas de Santo Domingo persisten aún, desamparadas por una frágil cerca. El Convento de Nuestra Señora de los Ángeles, que sorteó el sismo relativamente intacto, sirvió de almacén en los días posteriores al terremoto y actualmente, ya refaccionado, alberga a la Casa de la Cultura de El Tocuyo. 

  

Además de los daños en las poblaciones, los informes de la época reportan la aparición de grietas, derrumbes y deslizamientos, fenómenos que ocasionaron destrucción parcial o total de viviendas y la obstrucción de las vías de la región.  


Debido a sus consecuencias sociales, económicas y políticas, el terremoto del 3 de agosto de 1950, marcó un punto de inflexión en la historia de la ciudad; por una parte, representó el clímax de la larga crisis que El Tocuyo enfrentaba desde la década de 1930, y por la otra, constituyó una coyuntura favorable a los procesos de industrialización y capitalización que venían desarrollándose paulatinamente en la ciudad, y que se vieron acelerados no sólo a causa del sismo, sino también debido a las medidas tomadas por la Junta Militar de Gobierno durante la emergencia y la reconstrucción. 

Tras el terremoto del 3 de agosto de 1950, El Tocuyo quedó material y simbólicamente en escombros. Las casonas de adobe, las calles empedradas, los antiguos templos coloniales; todas las evidencias de la larga preeminencia histórica, económica y social de la ciudad que había sido, brevemente, nuestra capital se desvanecieron para siempre. Algunas voces se alzaron para celebrar las desaparecidas formas coloniales de El Tocuyo y para sugerir que su reconstrucción se efectuase con arreglo a las tradiciones constructivas que le habían caracterizado, pero las circunstancias eran demasiado propicias a la modernización: la hora del tractor, del cemento, del zinc había sonado para la vieja ciudad. Al mismo tiempo, el terremoto creó una coyuntura favorable a las políticas de urbanización e industrialización adelantadas por el gobierno nacional, la cual fue plenamente aprovechada: sobre El Tocuyo devastado convergieron los intereses del gobierno, de los hacendados tocuyanos y de la industria de la construcción, así que todos los planes de reconstrucción, de reactivación económica, de industrialización, respondieron exclusivamente a sus intereses.


 El Tocuyo, aquella ciudad de adobes que según el poeta Joaquín Gabaldón Márquez "se disolvía en la tinta verde del campo", desapareció para siempre.

 

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